La juventud y el dinero

jueves, 23 de julio de 2009


Por Andrés G Panasiuk



EE.UU-. ( AGENCIALAVOZ.COM ) En 1994 la hermana de Marcela murió en un accidente automovilístico. La joven era una madre soltera adolescente. Murió junto a su hijito de diez meses.En 1995 Marcela, que ya había cumplido dieciocho años, recibió unos quince mil dólares como resultado de un arreglo especial en el juicio a la compañía del camión que destrozó el auto de su hermana. Con ese dinero Marcela se compró un auto importado "cero kilómetro". En menos de dos años, Marcela nuevamente fue a ver al vendedor de autos y cambió su vehículo usado por otro importado nuevo.


Ahora Marcela tiene un auto deportivo rojo, importado e impecable, y una deuda de cuatro mil dólares.¿Qué es lo que suena "raro" en esta historia verídica que acaba de leer? Dejando las consideraciones emocionales a un lado y en manos de buenos consejeros familiares, lo más obvio es que Marcela desperdició el dinero que recibió como resultado del juicio por la muerte de su hermana. Si esta joven hubiera reconocido el principio de que nada nos pertenece sino que todo lo que tenemos nos lo ha dado Dios, y nuestra tarea es la administración de esos recursos, quizás igualmente hubiera hecho alguna otra tontería ¡pero no hubiera derrochado diecinueve mil dólares en el proceso!Cuando padres, directores o maestros de escuela nos invitan a hablar con los jóvenes, nuestra enseñanza se concentra en, por lo menos, dos principios importantes para sus vidas:1. Reconocer que Dios es dueño y nosotros somos sus administradoresNormalmente les pregunto a los jóvenes qué harían si una tía rica les regalara quinientos dólares para su cumpleaños, y escribo lo que me digan a la izquierda de la pizarra. Las respuestas varían desde "comprar ropa, ropa, ropa..." hasta "invertirlos en un negocio para hacer más dinero", pasando por "comprarles algo a mis padres", "hacer una fiesta para mis amigos", "dar el diezmo a la iglesia", y cosas similares.Luego les pregunto si de pronto, esta noche mientras están durmiendo, su cuarto se iluminara con una luz resplandeciente y el ángel Gabriel se les apareciera y dijera: "Dios me ha enviado a confiar en tus manos estos quinientos dólares. Tu misión es gastarlos, invirtiéndolos de la manera en que El mismo lo haría si viniera personalmente".Esta vez escribo lo que me dictan en la parte derecha del pizarrón. Las respuestas ahora son "buscar a algún misionero que necesite ayuda económica", "comenzar un ministerio", "ver si hay algo que se deba arreglar en el templo", "invertir parte del dinero para que no se acaben los fondos disponibles"... Entonces, escribo sobre la lista de la izquierda la palabra "dueños", y sobre la lista de la derecha, la palabra "administradores". Esa es la diferencia entre creernos dueños de lo que nos hemos ganado con el sudorde nuestra frente, y ser "administradores" de las posesiones, los dones, las relaciones y el tiempo de vida que Dios confía en nuestras manos. La Biblia afirma claramente: "De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo y los que en él habitan" (Salmo 24:1). Creernos dueños de lo que tenemos es seguirle el juego al materialismo y usurpar el trono que le corresponde a Dios en nuestra vida.2. Aprender a discernir entre necesidades, deseos y caprichosNecesidades: Todos tenemos necesidades básicas, y Dios creó nuestra mente y nuestro cuerpo para que ansiemos satisfacer esas necesidades. Por otro lado, la misión de las oficinas de mercadeo en los medios de comunicación social es, justamente, usar la ansiedad que sentimos por satisfacer necesidades para vendernos cualquier cosa. Por eso hemos aprendido a decir "necesito una computadora", "necesito otra radio", "necesito una cacerola más grande" o "necesito un televisor a color" cuando, en realidad, lo que queremos decir es que nos gustaría una computadora, otra radio o una cacerola más grande... pero no las necesitamos. No son parte de nuestras necesidades básicas para sobrevivir (alimento, vestimenta, salud, un techo que nos cubra, etc.). El apóstol Pablo le dice al joven Timoteo, su amado hijo espiritual: "Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto" (1 Timoteo 6:8).Deseos: Cuando lo que queremos comprar está dentro de la categoría de necesidadbásica pero es de mejor calidad pero un plato de arroz no cuesta lo mismo que un bistec, y un departamento de dos cuartos no cuesta lo mismo que una casa de siete habitaciones con vista al mar. Debemos proveer para nuestros deseos siempre y cuando contemos con el dinero suficiente en nuestro presupuesto. Recordemos que el apóstol Pedro nos enseña que nuestro "atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios" (1 Pedro 3:3-4).Caprichos: Por último, todo lo que no sea una necesidad básica o un deseo, es simplemente un "gusto" o un "capricho". No está mal tenerlos. Todos nos damos un gusto de vez en cuando. Sin embargo, no deberíamos satisfacer un capricho hasta tanto nuestras necesidades estén apropiadamente satisfechas y tengamos el presupuesto necesario como para hacerlo. El pueblo de Dios sería mucho más grande si, como administradores de los bienes divinos, invirtiéramos menos en nuestros caprichos y más en las necesidades misioneras locales y foráneas. El apóstol Juan nos advierte: "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. [...] Todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo" (1 Juan 3:3-4).No sólo los adolescentes necesitan aprender estos principios. A veces creo que a nosotros, los mayores, no nos vendría mal darles una miradita de vez en cuando.


Andrés G. Panasiuk es licenciado en Ciencias de la Comunicación Social, con especialización en Comunicación Interpersonal y de Grupo. Es director para América Latina de Conceptos Financieros Cristianos. Vive en Gainesville, Georgia, con su esposa Rochelle y sus dos hijas: Gabriela y Danielle.