Dr. Jose Linares Cerón
En las sociedades primitivas los ancianos eran venerados por su sabiduría y conocimiento de la naturaleza, de las plantas curativas, de la forma de recolectar semillas comestibles, de los lugares idóneos para la caza, ellos dirimían los conflictos que surgían entre los componentes de la tribu…. sus consejos eran escuchados y seguidos sin rechistar, ellos eran el ejemplo para los más jóvenes.
A medida que el hombre ha ido progresando en la ciencia y la tecnología, que la sociedad se ha ido materializando, se han ido perdiendo los verdaderos valores de la vida, uno de los cuales pasa, ineludiblemente, por el RESPETO, CARIÑO y CUIDADO de nuestros ancianos. Desde hace años se ha venido acentuando el deterioro de la relación entre jóvenes y ancianos. Hoy, en los países desarrollados, la expectativa de vida es alta, por ejemplo, en Japón es de 76 años para los hombres y 81 para las mujeres. Esto conlleva un gran esfuerzo de las familias y el Estado para atender al elevado número de personas de más de 65 años que llenan nuestras ciudades. Si has ido alguna vez a una residencia de ancianos, entenderas perfectamente hasta qué punto se han degradado nuestros valores morales. Cuando entras en la sala común donde pasan el día, unas veces charlando, otras mirando la televisión y las más dormitando de aburrimiento, varios pares de ojos te miran con ansia, sin duda con la ilusión de que detrás de ti venga alguno de sus familiares; enseguida se acerca alguna ancianita tratando de entablar conversación y contarte, entre otras cosas, que su hijo hace mucho que no viene… claro ¡ tiene tanto trabajo, el pobre ¡. Cuando empiezas a interesarte por su vida, edad, familia, etc., se le ilumina la cara y te cuenta todos los pormenores (si es que los recuerda) de su pasado y, al final, sus ojos se llenan de lágrimas porque tiene varios nietecitos y hace mucho tiempo que no los ve y, además, ella desearía estar en casa con su hijo o hijos, porque “sabe Ud, aquí me tratan muy bien, me cuidan, me dan bien de comer, pero me gustaría morirme teniendo cerca de mí a mis hijos y a mis nietos”. Con la llegada de las fiestas navideñas, tan desesperadamente familiares, el abandono de estas personas tan dulces, tan vulnerables, tan abnegadas, que nos trajeron a este mundo y nos hicieron crecer y madurar a costa de tremendos sacrificios personales, se convierte en la demostración de la insensibilidad y la falta de principios que corroe nuestra sociedad de la abundancia. Sin duda, aún no nos hemos dado cuenta de que nosotros también seremos viejos, que es posible que nos abandonen cuando llegan las vacaciones o cuando se cansen de darnos un poco de cariño y comprensión que es, al fin y al cabo, lo que todos necesitamos; que no se trata sólo de sentar a un anciano a tu mesa el día de Nochebuena para volver a dejarle otro año entero abandonado y sin que nos preocupe si está bien o no… es una tarea díaria, hay que tenerlo cerca para que el peso de la edad y la cercanía de la muerte no sean una carga insoportable para él, hay que tratarlo como a un ser humano.. solamente así seremos también nosotros humanos.