Depresión infantil: ¿la gran desconocida o la gran desprovista?

martes, 23 de marzo de 2010


ESPAÑA-. ( AGENCIALAVOZ.ORG ) No hay día que no caigan en mi ordenador un par de estudios sobre la depresión infantil o juvenil. El tema es candente. Los datos sobre su elevada frecuencia e impacto socio-sanitario son acumulativamente coincidentes. Pero al tiempo destaca lo escaso y disperso que son los hechos científicos disponibles sobre su etiología, diagnóstico diferencial o tratamiento.



Y es que tener un hijo depresivo en un grave motivo de angustia para sus padres. Un alumno depresivo es una gran preocupación para sus educadores: ¿Cómo es posible que en plena infancia, en medio de la adolescencia efervescente, un joven se deprima o se suicide? No lo entendemos con el corazón, y apenas lo sabemos explicar con la cabeza. Por eso es cardinal que nos replanteemos el tema constantemente, con tanta insistencia y tenacidad, como tozuda es su prevalencia e impacto.
Por eso, cuando ha caído en mis manos la última actualización de la Guía de Práctica Clínica sobre la Depresión Mayor en la Infancia y en la Adolescencia, me ha parecido una obligación moral traerla a este blog. En mi opinión, es un documento magnífico (enhorabuena a sus autores), que aclara casi todas las dudas que razonablemente nos podemos plantear tanto los clínicos, como los padres y los afectados.
El único punto flaco -que no es culpa de los autores sino un problema común a todos los documentos similares que tratan de este tema- es el del tratamiento farmacológico. La información disponible es escasísima, dado que no es posible investigar farmacológicamente en menores de 18 años. Y, por tanto, las recomendaciones basadas en hechos brillan por su ausencia.
Decir que "el tratamiento de la depresión en la infancia y en la adolescencia debería ser integral, y abarcar todas aquellas intervenciones psicoterapéuticas, farmacológicas y/o psicosociales que puedan mejorar su bienestar y capacidad funcional" está muy bien, pero no deja de ser una declaración bienintencionada que nada resuelve. Muchas veces el psiquiatra infanto-juvenil se encuentra 'solo ante el peligro' y tan agobiado de trabajo que apenas puede plantearse más que una primera consulta resolutiva y una escasa frecuencia de visitas de seguimiento. Y eso en el afortunado caso de que en la ciudad o provincia haya un equipo específico de Salud Mental Infanto-Juvenil, cosa que no siempre sucede, y en muchos casos lo que hay es un simple programa de intenciones, que sólo sirve para tranquilizar la presionada agenda del político de turno.
En cuanto al tratamiento farmacológico el psiquiatra está especialmente 'solo ante el peligro', pues aunque se admite que los antidepresivos ISRS podrían ser fármacos bastante seguros y eficaces, las advertencias sobre posibles riesgos –como por ejemplo el, a mi entender, excesivamente alarmante asunto del riesgo de suicidio- son tan preocupantes que es difícil convencer a los padres de que ésa es la mejor opción terapéutica, al menos hasta que la mejoría clínica permita iniciar otras acciones terapéuticas.
Por último, creo que decir que "el médico es quien debe realizar la elección del fármaco teniendo en cuenta el perfil clínico del paciente (características clínicas de la depresión, historia familiar y respuesta previa a fármacos específicos en familiares)" es correctísimo, pero supone de nuevo cargar sobre los fatigados hombros de los psiquiatras infanto-juveniles una grave responsabilidad, apenas apoyada por investigaciones extensas y rigurosas.
Luego, en conclusión, es evidente que estamos ante un grave problema sanitario y que hemos de cambiar el modelo de abordaje clínico y científico que tenemos. O nos planteamos investigar más y mejor, superando la barrera de los 18 años, y dotar de más personal y medios a los servicios de salud mental infanto-juveniles, o mejor rezar para que no tengas la desgracia de tener un hijo depresivo.