ISRAEL-. ( AGENCIALAVOZ.COM ) Desde hace semanas se respira un ambiente de tensión en la ciudad vieja de Jerusalén. Los grupos judíos ultraortodoxos se han levantado en pie de guerra contra el alcalde Nir Barkat, que desde el pasado mes de noviembre gobierna en la ciudad con la oposición de estos grupos. Los disturbios han surgido esta pasada semana a causa de la apertura de un aparcamiento en la ciudad santa para que los turistas puedan acceder en coche a las cercanías de la muralla, algo considerado «inaceptable» para los judíos.
Si un helicóptero de la policía sobrevuela Jerusalén en plena calma chicha del sabath, algo grave sucede. No es frecuente, pero se ha repetido los últimos días sagrados del judaísmo. Los pilotos han vigilado los barrios ultraortodoxos de Mea Sharim y Geula con especial celo. Adultos, jóvenes y niños que visten traje o levita están en pie de guerra contra el alcalde, Nir Barkat. El regidor derrotó al candidato fundamentalista y puso fin a su dominio de un lustro. Ahora, ha osado abrir un aparcamiento en la ciudad santa para que los turistas puedan acceder los sábados, en coche, hasta las estribaciones de la ciudad amurallada. Conducir en Sabath es pecado para los ultraortodoxos (haredíes), que se han rebelado. Además, el pasado martes la detención de una mujer ultraortodoxa de 30 años -cinco hijos y embarazada del sexto, perteneciente a Naturei Karta, la secta más fiel a la Torá, que no reconoce las leyes del Estado ni a «sus autoridades sionistas»- añadió sal a la herida, desató la indignación de los ultras y una renovada oleada violenta. La policía asegura que la mujer casi mata de hambre a un hijo de tres años. Las cámaras del Hospital Hadassa, donde permanece ingresado el pequeño, que pesa siete kilos, la grabaron desconectando el tubo que alimenta al menor. La noche del jueves salieron miles a las calles después de una semana jalonada por disturbios diarios. Los altercados alcanzaron nuevas cotas. Quemaron neumáticos, volcaron contenedores de basura, agredieron a policías, funcionarios municipales y periodistas, apedrearon ministerios, inutilizaron 70 semáforos... Amplias zonas de Mea Sharim, el barrio ultraortodoxo más antiguo de la ciudad, parecía ayer un vertedero. Cortaron el tráfico de la Carretera número 1, la antigua frontera entre Israel y Jordania hasta 1967, y fueron dispersados con cañones de agua. Una veintena de agentes resultaron heridos y 34 personas fueron detenidas. Nadie recuerda en los últimos años protestas de los haredíes tan virulentas. Los ultraortodoxos hablan de calumnia. Se niegan a aceptar la evidencia filmada en las cámaras del hospital. Pero el regidor, un hombre que ingresó en la política en la izquierda del laborismo para deslizarse paulatinamente hacia la derecha laica pero radical, cortó por lo sano: suspendió los servicios a estos vecindarios pobres y abarrotados de almas hasta que cese la revuelta. Barkat -jerosilimitano nacido en 1959, ex paracaidista y empresario de éxito al frente de una compañía que fabrica antivirus para ordenadores- no se arredra ante el desafío que representan los ultraortodoxos: más del 25% de los 780.000 vecinos de Jerusalén, incluidos los 260.000 palestinos.
¿PROTESTA ESPONTÁNEA O PLANEADA?
Todo parece espontáneo. Pero muchos ciudadanos opinan que el guión está escrito. «El gueto siempre está furioso en alguna medida. Las protestas pueden dispararse en cualquier momento por la oposición a la apertura de una tienda de alimentación que vende productos alimenticios no-kosher; por el descubrimiento de huesos en una excavación; por la exigencia de que se cierre una calle durante el Sabath o por una manifestación del orgullo gay», explica Ira Sharkansky, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Hebrea. Las erupciones violentas en Jerusalén son como el Guadiana. Brotan y se esfuman. «La protesta es masiva. No sé si todos los rabinos están de acuerdo, pero sin duda es muy extendida», afirma Sharkansky. Porque las luchas políticas internas entre las sectas ultraortodoxas -judíos originarios de Europa Central, de Marruecos, de Lituania, anglosajones, antisionistas viscerales que no admiten la creación del Estado de Israel porque el Mesías no ha llegado, defensores del Estado, y muchas más subdivisiones- no son ajenas a la revuelta. «Cuando una comunidad descubre un asunto que entusiasma a las otras, el gueto entero se muestra listo a responder. Ninguna puede desentenderse de un tema que gana impulso en la defensa del judaísmo», precisa el profesor, quien tampoco descarta motivos más terrenales. «La necesidad ocasional de levantar el entusiasmo de los donantes influye en estos acontecimientos», agrega Sharkansky. «Defender la fe frente a los judíos paganos es una manera de abrir las carteras de los ultraortodoxos millonarios y de la gente pobre. No es la única, pero es una de las razones. Cada seis meses o cada año se producen protestas de este tipo para recaudar dinero. Los fondos de las distintas comunidades han caído últimamente. Después de esta oleada enviarán emisarios al extranjero para explicar lo que han tenido que hacer (para defender su credo). Las protestas desaparecerán en breve, y volverán otra vez. Los haredíes conocen sus límites y la policía, cautelosa, también. Sólo tienes que comparar cómo se comportan con ellos y cómo lo hacen con los árabes». En Hanevim (calle de los profetas), que bordea Mea Sharim, confluyen el siglo XXI y el XIX. Es uno de los escenarios de las manifestaciones de los ultraortodoxos. Docenas de policías forman una barrera humana para contener a los creyentes que gritan en masa al primer forcejeo. A pocos cientos de metros, en la plaza del Ayuntamiento, se han congregado ya varias veces unos pocos cientos de ciudadanos laicos que respaldan a su alcalde. Son personas hartas de no poder disfrutar del transporte público en Sabath, de las imposiciones de los haredíes y de los privilegios de que disfrutan: cuantiosas subvenciones a las familias y a las escuelas religiosas, exenciones fiscales y exclusión del servicio militar. Rezar y procrear son la razón de ser de este segmento de la población que crece a pasos agigantados -las madres seguidas de seis o siete niños pequeños son una estampa habitual- y que, aquejado de severas carencias en materia de vivienda, se expande por barrios tradicionalmente laicos de la ciudad. El pulso, también político, que libran laicos y haredíes en Jerusalén es un asunto de delicadeza extrema. «No es que se haya empleado la policía con fuerza desmedida. Si esto lo hacen los palestinos, habría cientos con los huesos rotos. Pero con el mundo ultraortodoxo, y especialmente con las mujeres, hay que tratar los asuntos con guante de seda. Creo que el alcalde podría haber negociado con los grandes rabinos para alcanzar un compromiso. Hay líneas rojas en la sociedad ultraortodoxa que no pueden atravesarse. Y se han cruzado. Detuvieron a la mujer y la metieron en un vehículo policial con cuatro agentes. Para la secta de la mujer es como una violación en una plaza pública. Nuestras mentes occidentales no llegan a comprenderlo», razona el concejal Meir Margalit, izquierdista y laico él hasta la médula. El edil lo tiene claro: «El problema del alcalde es que no está buscando el diálogo con estos grupos marginales. En un país democrático las leyes deben ser iguales para todos. Pero Israel, al margen de que sea democrático o no, es diferente. Con culturas tan distantes no se puede utilizar el mismo patrón para todos». Y concluye con sarcasmo: «Ahora habrá que dividir la ciudad en tres partes: una árabe, una laica judía y otra ultraortodoxa».