Cuando el cáncer se cruza en la adolescencia

domingo, 27 de diciembre de 2009


MADRID.- ( AGENCIALAVOZ.COM ) Marta tiene 13 años. Gema, 18. José Luis ya ha superado la veintena. Los tres acumulan entre sí cientos de horas de hospital, decenas de ciclos de 'quimio' y muchas lágrimas vertidas. Si ser adolescente no es fácil ya de por sí, un diagnóstico de cáncer complica mucho las cosas. Y a pesar de que en los países desarrollados se diagnostican unos 350.000 tumores al año entre los 15 y 29 años, no todos los hospitales españoles tienen unidades especializadas para ellos.



La palabra leucemia no le sonó extraña a Marta cuando la oyó por primera vez, la asociaba con los niños sin pelo que salían en la tele de vez en cuando y, de refilón también, con el cáncer de mama que tuvo su madre hace unos años. Su vida ha dado un giro de 180 grados desde entonces, tuvo que cambiar las aulas por los pasillos del hospital y a sus amigas de siempre por chicas como Noelia, su mejor amiga en la planta de Oncología del Hospital 12 de Octubre de Madrid.
A pesar de que acaba de someterse a una transfusión de sangre y el lunes le espera su próxima quimio, no pierde la sonrisa y dice que de mayor quiere ser periodista, o especialista en Educación Infantil (como su hermana Laura, de 18 años).
La adolescencia "es una etapa muy especial de la vida, en la que se empieza a desarrollar la identidad personal", resume Iris García, psicooncóloga de la Asociación Española contra el Cáncer (AECC). En ese sentido, el cáncer supone un mazazo en muchos aspectos. "Pierden intimidad e independencia y se ven obligados a depender todo el tiempo de sus padres y de los médicos", resume esta especialista.
Las rutinas del hospital también les alejan de las aulas y de sus compañeros de pupitre durante muchos meses. "Tienes las defensas tan bajas que no puedes ni ir al instituto", recuerda ahora Gema, que terminó su última quimio hace dos años. Como ella, muchos chicos de su edad suplen esas ausencias con profesores particulares que les dan clase en el hospital o bien en su propia casa, para que no tengan que repetir curso.


Familia y amigos
Aún así, añoran la normalidad, la rutina... "Cuando todo acabe quiero salir con mis amigas otra vez como si no hubiese pasado nada", sueña Marta en voz alta. "Yo no quería que las cosas cambiaran. El día antes del diagnóstico había estado con mis amigas en una discoteca", dice por su parte Gema, que ahora vuelca su experiencia como voluntaria de la Fundación Aladina, creada por Paco Arango específicamente a adolescentes con cáncer.
Si en algo coinciden las dos, como José Luis (que conoció su diagnóstico a los 22 años: sarcoma de Ewing), es en que la caída del cabello es uno de los momentos más traumáticos del proceso. A esa edad, lo explica Iris García, le conceden mucha importancia a la apariencia, y cualquier cosa que les diferencie de sus pares se convierte en un problema. Eso provoca que incluso en algunos casos los chicos incumplan las terapias con la intención de evitar esas secuelas.


Caída del cabello
"Yo tenía el pelo super largo, me encantaba, y es por lo primero que pregunté", reconoce Gema, que aún recuerda cómo aparecían en su almohada los mechones después de cada ciclo. Marta dice que ella ya se va acostumbrando a su nueva peluca de media melena, aunque ya sueña con el momento en que pueda volver a hacerse peinados. "Mi hijo hasta pensó en comprarse una peluca, pero al final su hermana le quitó la idea porque le dijo que se le podía caer mientras jugaba con los colegas", explica desde otro punto de vista Juan Carlos, el padre de Carlos, a quien le diagnosticaron un sarcoma de Ewing a los 17 años. El invierno vino en su ayuda en forma de gorros y, cuando se quiso dar cuenta, el cabello había vuelto a salir.
Como explica la psicooncóloga, el diagnóstico no sólo impacta en el paciente, sino en toda su familia y grupo de amigos y compañeros de colegio. Juan Carlos aún recuerda la sensación de que se le venía el hospital encima cuando conoció el diagnóstico de su hijo. Él y su mujer, María Elena, aún toman algunas pastillas. "Es normal que a los padres les genere mucha ansiedad, y agradecen cualquier ayuda", añade la psicóloga especializada de la AECC. "Pero no en todos los casos es necesaria la ayuda profesional".
Para María Elena, lo más difícil es que su hijo vuelva a salir por las noches con sus amigos, después de pasar enclaustrado todo el tratamiento por recomendación de los médicos. Sus miedos son comunes a muchos padres, y la psicóloga advierte que es algo natural.
Los especialistas también recomiendan crear un clima de confianza en casa, "en el que el chico sienta que no se le oculta información y que puede plantear abiertamente sus miedos". Evitar la palabra cáncer, engañarles y esconderles información tampoco tiene sentido en la era de internet. Además, es conveniente hacer partícipes de la enfermedad a los profesores y compañeros de clase. "Muchas veces el adolescente tiene vergüenza, no quiere llamar a sus amigos de siempre y ellos no se atreven a llamarle porque no saben cómo hacerlo".
"Yo al principio no quería que nadie supiera nada», recuerda Gema, «pero un día quedé con mis amigas para contárselo". Para Marta, el hospital ha sido un sitio donde ha podido hacer nuevos amigos. Mientras que para José Luis fueron sus padres, novia y colegas quienes ejercieron la labor de psicólogos y acompañantes en el hospital. Para él, como para muchos otros adolescentes que atraviesan este trance, la vida tiene otro color después de superar el cáncer. "Ahora soy más hombre", presume.