La vuelta a casa de los niños soldado

domingo, 25 de julio de 2010


EE.UU.- ( AGENCIALAVOZ.ORG ) Cada día, unos 300.000 niños son obligados a participar en conflictos bélicos en 86 países de todo el mundo, más de la mitad de África. Torturados hasta lograr su sumisión, o drogados, participan activamente en la guerra o sirven como cocineros, porteadores, mensajeros, escudos humanos o esclavos sexuales.



Por primera vez, dos estudios, publicados en el último 'Child Development', exploran el impacto psicosocial de estas vivencias y la capacidad posterior de estos menores para reintegrarse en la sociedad.
Así, los menores que vuelven a comunidades en las que se sienten aceptados sufren menos depresión y tienen más seguridad en sí mismos que los niños y niñas que, a su regreso, son rechazados. Esta la conclusión del primer trabajo mencionado, que ha sido llevado a cabo con niños soldados de Sierra Leona.
Su autora principal, Theresa Betancourt, de la Universidad de Harvard (EEUU), afirma a que, efectivamente, "lo más importante de nuestro ensayo es la gran capacidad de recuperación demostrada entre los niños ex soldados. Hay evidencia de factores posteriores a los conflictos que pueden aprovecharse para ayudarles a reducir el riesgo de estrés postraumático. Algunos de los procesos de protección que se han revelado en nuestra investigación incluyen permanecer en la escuela, el apoyo familiar y la aceptación de la comunidad. Aunque vivir una guerra no se puede 'borrar', estos procesos de protección se pueden construir con programas y políticas que favorezcan su aparición".
El segundo ensayo, realizado también con menores ex combatientes africanos (en esta ocasión de Uganda), apunta otro factor de protección más: los pequeños que mejor se adaptan son los que regresan a hogares y a pueblos o ciudades menos violentos.
Pese a que estos datos permiten hacer una primera lectura positiva (la reintegración de los pequeños en relación a las comunidades en las que habitan) de este fenómeno tan cruel y devastador, lo cierto es "ser testigo general de la violencia que se desencadena en una guerra parece que, con el paso del tiempo, no tiene un efecto tan fuerte en la adaptación psicológica y social de la población infantil. Por el contrario, haber sido secuestrado o tener que matar a otros tiene consecuencias duraderas", afirma la investigadora Betancourt.
Durante la guerra civil de Sierra Leona (1991-2002), miles de niños fueron reclutados por el ejército, las fuerzas paramilitares o los grupos armados de la oposición. "Todos fueron expuestos a altos niveles de violencia, como las masacres o las incursiones en su pueblo. Más de un tercio de las chicas fue violada, y casi una cuarta parte de las niñas y de los niños dijeron haber herido o matado a alguien", comentan los autores suecos.
Llevado a cabo entre 2002 y 2004, el estudio ha sido realizado con 156 menores ex combatientes de entre 10 y 18 años. Un 12% de ellos raptados cuando sólo tenían entre dos y cinco años. Tras dos años de seguimiento, y tras valorar psicológicamente a los participantes, se ha constatado, también, que "los que sufrieron violaciones o asesinaron a otros tenían niveles más elevados de hostilidad que los que no experimentaron este tipo de trauma. Lo mismo sucedía con los pequeños raptados a edades más tempranas. Éstos tenían niveles más elevados de depresión que los que fueron capturados con más años", añade la directora del ensayo.
El segundo trabajo, llevado a cabo con 330 niños y niñas ex soldados de Uganda (de 11 a 17 años), añade otros factores a los expuestos en el ensayo de Sierra Leona que preservan a estos menores del estrés postraumático. Así, un porcentaje de estos menores (27%) no sufría depresión ni problemas emocionales o de comportamiento significativos. Los investigadores encontraron que, precisamente, estos chavales eran los que tenían mayores cualidades personales, una menor exposición a la violencia doméstica o comunitaria, mejor situación socioeconómica, menos motivación para la venganza y más percepción de apoyo social.
"Por el contrario, en el resto de la muestra, carente de estos recursos, se halló que un tercio de los niños sufría estrés postraumático, más de otro tercio estaba deprimido y más de la mitad tenía problemas conductuales y emocionales", comentan los autores, liderados por Fionna Klasen, de la Universidad de Hamburgo (Alemania).
Tanto ella como Theresa Betancourt manifiestan la necesidad de "potenciar los factores protectores identificados para proteger a los menores del estrés postraumático". Denuncian, no obstante, la falta de recursos. "Es importante que los gobiernos locales y la comunidad internacional inviertan en sistemas que permitan, a más largo plazo, la protección de la infancia. Se deben crear los servicios sociales, incluidos los de salud mental, necesarios para las víctimas y restaurar sus necesidades básicas fundamentales, como seguridad, alimentos, vivienda y educación", comenta la científica de Harvard.