ESPAÑA-. ( AGENCIALAVOZ.ORG ) En un hospital se ven retos cada día. Las personas necesitamos muchas cosas para sentirnos vivos, pero en realidad sólo una nos da y nos puede quitar la vida: el corazón. Con la crisis, aumentan factores de riesgo de infarto como el estrés o la mala alimentación, lo que hace que la salud de muchas personas se deteriore al mismo tiempo que su situación laboral.
La preocupación aumenta al ver cómo los más pequeños también padecen las consecuencias de una depreciación económica. En la actualidad, uno de cada cuatro niños parece sobrepeso, un factor de riesgo para el corazón que aparece ante un cambio de hábitos alimenticios en el que pasa a primar la comida rápida y barata, la comida 'basura'.
En relación con la nueva recomendación del Gobierno de suprimir la bollería industrial de los colegios, el presidente de la Sociedad Española de Cardiología y doctor del Hospital Clínico de Madrid, Carlos Macaya, hace hincapié en que "no sólo las 'maquinitas' son el origen de una mala alimentación, sino que el obstáculo puede aparecer en los propios hogares. En momentos de crisis, los problemas económicos hacen que la gente se alimente peor, aumentando la obesidad".
Puede suceder que las familias más afectadas por la crisis decidan reducir el gasto en alimentación e ir a buscar productos más baratos y, quizás, menos saludables, a la vez que reducen los presupuestos para actividades deportivas en las que se tiene que pagar (por ejemplo, gimnasios, clubs deportivos o centros de 'fitness' privados).
Macaya cuenta que los chicos y chicas retienen mejor las costumbres que van a ser los hábitos de toda su vida entre los ocho y los 14 años, por lo que la educación de padres y profesores es fundamental en este periodo. "Primero hay que identificar los frentes y luego atacarlos, no sólo atendiendo a los genes sino también a las costumbres con campañas de sensibilización. Si los padres no lo entienden, los hijos tampoco", asegura el doctor.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la obesidad es la enfermedad nutricional más frecuente en niños y adolescentes en los países desarrollados, y constituye "un problema sanitario de primer orden".
En tiempos difíciles, cuando todos queremos seguir saliendo, comer en la calle se presenta como una vía de escape a la rutina. El problema surge cuando los grandes alicientes son las pizzas o hamburguesas con patatas fritas por su bajo precio y rapidez, sin tener en cuenta que en nuestro cuerpo se acumulan cantidades de grasas difíciles de combatir.
Si a una mala alimentación le sumamos el estrés provocado por una situación laboral difícil, nos encontramos con dos de los factores de riesgo de padecer un infarto o síndrome coronario agudo. "Tener obesidad o sobrepeso es tener una enfermedad. Se tiene que ver como un peligro, como una advertencia", insiste Macaya
Bajo situaciones de estrés, el cuerpo produce sustancias que incrementan el latido del corazón y la presión arterial para ayudarnos a estar alerta. Durante situaciones esporádicas, éste tiene una finalidad útil en nuestra vida al hacernos responder de manera adecuada a los desafíos; sin embargo, su efecto crónico tiene efectos negativos. Se trata de una situación que debilita el sistema de defensas y nos hace más susceptibles a infecciones. Por ello, la combinación de un ritmo de vida estresante y una alimentación alta en calorías puede conducirnos más rápido a tener problemas de corazón, y por consiguiente, a sufrir un infarto.
Un elevado consumo de tabaco, la falta de ejercicio, la diabetes, llevar una vida sedentaria... son otros factores a tener en cuenta para evitar el problema tanto en jóvenes como en adultos.
Ni tanta calma, ni tan poca
Por si no fuera poco con la crisis económica, algunas personas pecan de excesiva calma sin tener en cuenta que ésta también puede repercutir negativamente en su salud. Según advierte la doctora Nieves Martell, responsable del Club del Hipertenso de la Sociedad Española de Hipertensión, aproximadamente ocho de cada 10 paciente con esta dolencia interrumpen total o parcialmente su tratamiento durante las vacaciones de verano, un 20% más de la prevalencia de incumplimiento terapéutico que se registra habitualmente.
La crisis y las vacaciones, términos tan diferentes, encuentran así similitudes si se atiende al corazón, y es que son muchos los datos que muestran que los desempleados están expuestos a más riesgos de enfermedad cardiovascular, depresión y otros trastornos mentales.
Ya en 2008, unos investigadores de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) investigaron el tema durante la crisis del banco Northern Rock, y llegaron a la conclusión de que una crisis bancaria aumenta el número de muertes por infarto a corto plazo un 6,4% en los países ricos. Cuando se trata de naciones pobres (con unos sistemas sanitarios y económicos más precarios), las consecuencias de este tipo de desastres son aún mayores: los óbitos crecen un 26%.
Unas 50.000 personas sufren un infarto de miocardio cada año en nuestro país. El equilibrio, en este caso, recibe el nombre de prudencia.
La preocupación aumenta al ver cómo los más pequeños también padecen las consecuencias de una depreciación económica. En la actualidad, uno de cada cuatro niños parece sobrepeso, un factor de riesgo para el corazón que aparece ante un cambio de hábitos alimenticios en el que pasa a primar la comida rápida y barata, la comida 'basura'.
En relación con la nueva recomendación del Gobierno de suprimir la bollería industrial de los colegios, el presidente de la Sociedad Española de Cardiología y doctor del Hospital Clínico de Madrid, Carlos Macaya, hace hincapié en que "no sólo las 'maquinitas' son el origen de una mala alimentación, sino que el obstáculo puede aparecer en los propios hogares. En momentos de crisis, los problemas económicos hacen que la gente se alimente peor, aumentando la obesidad".
Puede suceder que las familias más afectadas por la crisis decidan reducir el gasto en alimentación e ir a buscar productos más baratos y, quizás, menos saludables, a la vez que reducen los presupuestos para actividades deportivas en las que se tiene que pagar (por ejemplo, gimnasios, clubs deportivos o centros de 'fitness' privados).
Macaya cuenta que los chicos y chicas retienen mejor las costumbres que van a ser los hábitos de toda su vida entre los ocho y los 14 años, por lo que la educación de padres y profesores es fundamental en este periodo. "Primero hay que identificar los frentes y luego atacarlos, no sólo atendiendo a los genes sino también a las costumbres con campañas de sensibilización. Si los padres no lo entienden, los hijos tampoco", asegura el doctor.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la obesidad es la enfermedad nutricional más frecuente en niños y adolescentes en los países desarrollados, y constituye "un problema sanitario de primer orden".
En tiempos difíciles, cuando todos queremos seguir saliendo, comer en la calle se presenta como una vía de escape a la rutina. El problema surge cuando los grandes alicientes son las pizzas o hamburguesas con patatas fritas por su bajo precio y rapidez, sin tener en cuenta que en nuestro cuerpo se acumulan cantidades de grasas difíciles de combatir.
Si a una mala alimentación le sumamos el estrés provocado por una situación laboral difícil, nos encontramos con dos de los factores de riesgo de padecer un infarto o síndrome coronario agudo. "Tener obesidad o sobrepeso es tener una enfermedad. Se tiene que ver como un peligro, como una advertencia", insiste Macaya
Bajo situaciones de estrés, el cuerpo produce sustancias que incrementan el latido del corazón y la presión arterial para ayudarnos a estar alerta. Durante situaciones esporádicas, éste tiene una finalidad útil en nuestra vida al hacernos responder de manera adecuada a los desafíos; sin embargo, su efecto crónico tiene efectos negativos. Se trata de una situación que debilita el sistema de defensas y nos hace más susceptibles a infecciones. Por ello, la combinación de un ritmo de vida estresante y una alimentación alta en calorías puede conducirnos más rápido a tener problemas de corazón, y por consiguiente, a sufrir un infarto.
Un elevado consumo de tabaco, la falta de ejercicio, la diabetes, llevar una vida sedentaria... son otros factores a tener en cuenta para evitar el problema tanto en jóvenes como en adultos.
Ni tanta calma, ni tan poca
Por si no fuera poco con la crisis económica, algunas personas pecan de excesiva calma sin tener en cuenta que ésta también puede repercutir negativamente en su salud. Según advierte la doctora Nieves Martell, responsable del Club del Hipertenso de la Sociedad Española de Hipertensión, aproximadamente ocho de cada 10 paciente con esta dolencia interrumpen total o parcialmente su tratamiento durante las vacaciones de verano, un 20% más de la prevalencia de incumplimiento terapéutico que se registra habitualmente.
La crisis y las vacaciones, términos tan diferentes, encuentran así similitudes si se atiende al corazón, y es que son muchos los datos que muestran que los desempleados están expuestos a más riesgos de enfermedad cardiovascular, depresión y otros trastornos mentales.
Ya en 2008, unos investigadores de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) investigaron el tema durante la crisis del banco Northern Rock, y llegaron a la conclusión de que una crisis bancaria aumenta el número de muertes por infarto a corto plazo un 6,4% en los países ricos. Cuando se trata de naciones pobres (con unos sistemas sanitarios y económicos más precarios), las consecuencias de este tipo de desastres son aún mayores: los óbitos crecen un 26%.
Unas 50.000 personas sufren un infarto de miocardio cada año en nuestro país. El equilibrio, en este caso, recibe el nombre de prudencia.