MADRID.- ( AGENCIALAVOZ.ORG )¿La exposición a las películas y videojuegos violentos promueve la agresividad o, por el contrario, genera un mayor rechazo hacia las conductas cruentas? A pesar de que se trata de una de las preguntas más recurrentes de la era audiovisual, los expertos todavía no han llegado a un consenso. Al fin y al cabo, la violencia emerge como consecuencia de múltiples factores sociales y biológicos.
Un estudio publicado esta semana en 'Journal of Social Cognitive and Affective Neuroscience' inclina la balanza hacia el lado que ya contaba con más partidarios: el de quienes sostienen que una sobredosis de escenas brutales lleva a los adolescentes a insensibilizarse ante ellas.
El razonamiento es lógico: a fuerza de ver imágenes de sangre, disparos y puñaladas, los chavales acaban por aceptarlas como un elemento más de la vida cotidiana. Además, este tipo de contenidos caen sobre un terreno abonado, ya que, según exponen los autores del nuevo trabajo, "la adolescencia es una etapa de la vida sensible a los efectos adversos de la violencia en los medios". De hecho, hay estudios que muestran que las representaciones de agresiones resultan más atractivas para la juventud, que precisamente se identifica más con los personajes antisociales.
Todo lo anterior concuerda plenamente con el sentido común. Pero, como bien saben los científicos, las intuiciones y la especulación no siempre llevan a las mejores conclusiones. Se precisa una demostración, que puede ser de carácter estadístico (comprobar si los adolescentes más expuestos a películas y videojuegos cruentos son los que se comportan de forma más destructiva) o, como en el caso de la nueva investigación, fisiológico.
Resonancia magnética
Un equipo de neurocientíficos observó -mediante la técnica conocida como resonancia magnética funcional- cómo reaccionaban los cerebros de 22 voluntarios varones de entre 14 y 17 años mientras veían escenas de agresiones. Los adolescentes tuvieron que ver varias veces los mismos fragmentos de películas o juegos violentos. Algo así como una sesión continua de contenidos poco recomendables. El objetivo era observar qué ocurría en las regiones cerebrales que suelen activarse ante los estímulos de esta naturaleza.
La resonancia magnética confirmó que la respuesta de dichas zonas se atenuaba a medida que los jóvenes veían más imágenes. O, dicho de otro modo, se volvían insensibles de tanto verlas. Este efecto fue más intenso en aquellos participantes que habían visto más películas cruentas y habían pasado más horas ante la consola antes del estudio. Y aún se comprobó algo más. Se utilizó otro indicador que constató la pérdida de sensibilidad de los jóvenes.
Unos electrodos colocados en sus dedos midieron la conductividad eléctrica de la piel, que se altera con el sudor y constituye una buena medida del estado emocional. Pues bien, estos sensores también mostraron una progresiva relajación tras la visualización de numerosos vídeos impactantes.
Los resultados de este análisis ponen de manifiesto que, tal y como se dice del ser humano en general, el cerebro tiene la capacidad de acostumbrarse a todo. "La exposición a estos contenidos desactiva las respuestas emocionales", explican los investigadores. Al cabo del tiempo, prosiguen, esta desensibilización tiene efectos permanentes, puesto que los jóvenes dejan de valorar "las consecuencias de la violencia y, por lo tanto, puede incrementarse la probabilidad de que vean la agresión como un comportamiento aceptable". Finalmente, acabarán haciendo lo que ven.
Sin embargo, otros expertos discrepan y creen que entre tolerar la violencia y ponerla en práctica va un buen trecho. En sucesos tan extremos como los asesinatos de compañeros de colegio no se puede echar la culpa -al menos, no en exclusiva- a la emisión de películas violentas en los medios audiovisuales.